Desde hace varios años trabajo como agente de igualdad en una consultoría privada de género. Nuestra actividad principal es la elaboración de planes de igualdad. Y, aunque tres años parezca un lapso muy breve de tiempo, ha sido suficiente para ver un giro de 180 grados en las organizaciones. Según el análisis de Google Trends, en tres años la búsqueda de “plan de igualdad” ha aumentado un 140% y esto no es casualidad, sino que se debe al increíble avance legislativo en materia de igualdad. No obstante, ¿es suficiente el impulso de la normativa para conseguir un cambio real? ¿Será permanente? ¿Se verá afectado por las actuales circunstancias sanitarias y políticas? Voy a tratar de responder a estas preguntas con ejemplos y anécdotas de mi experiencia profesional.

Pero, ¿esto es obligatorio? ¿Qué puede pasar si no lo cumplo?”

Estas son las dos preguntas que más he escuchado en estos tres últimos años. Ambas actúan como un jarro de agua fría para todas las personas que nos dedicamos a la igualdad de género por vocación. Los planes de igualdad siguen considerándose más como un gasto que como una inversión y, en esta realidad, es lógico que muchas empresas decidan valorar los pros y los contras de hacer (o no) dichos planes. Estas situaciones son habituales y nos ayudan a ver la diferencia entre lo que llamamos “igualdad formal” e “igualdad real”. La igualdad formal tendría que ver con las normas y la legislación que se desarrolla para asegurar la igualdad de oportunidades. No obstante, la igualdad formal no es suficiente para garantizar la igualdad de género, sino que es necesario un cambio en la consciencia social para alcanzar la igualdad efectiva entre mujeres y hombres. Por lo tanto, no, no es suficiente crear leyes para conseguir la igualdad. Con esto no quiero decir que las leyes no sirvan para lograr un cambio, desde luego son necesarias para dar el impulso inicial. No obstante, si no sensibilizamos a nuestra masa empresarial de los beneficios que conllevan los planes de igualdad, este esfuerzo legislativo quedará vacío y carente de una repercusión real. Los planes de igualdad no sólo tienen beneficios sociales, sino también económicos, como reducir la rotación, atraer el talento, integrar la gestión de recursos humanos, aumentar la comunicación organizacional…, y es nuestra función, como agentes de igualdad, hacer conscientes a las empresas de dichos beneficios.

Respecto a la segunda pregunta (¿será permanente?), me viene a la mente una anécdota un tanto peculiar que me ocurrió al inicio de mi carrera profesional. Después de hacer la explicación del servicio a un potencial cliente, incluyendo las posibles sanciones por no elaborar el plan de igualdad, la persona a la que me dirigía me contestó tranquilamente “No pasa nada, que esto es un invento de este gobierno de rojos y en un par de años lo quitan”. Evidentemente esto me preocupó, no tanto por perder al susodicho cliente, sino por la precariedad que demostraba la igualdad en nuestro país. Cuando se habla de feminismo siempre se utiliza la metáfora de las olas para visualizar que, tras un período de gran avance, le sigue otro de pequeño retroceso. Y esto lo hemos visto claramente durante la situación de crisis sanitaria que hemos vivido. Prácticamente todos los proyectos que habíamos iniciado en 2019, con el impulso del Real Decreto-Ley 6/2019, quedaron estancados en marzo de 2020. La primera ola del Covid-19 había llegado y la cuarta ola del feminismo estaba retrocediendo. Sin embargo, “siempre cambia algo en la playa después de cada ola”. Cada avance conseguido, cada progreso, transforma nuestra sociedad; que no está dispuesta a volver a sus inicios.

Por lo tanto, y en respuesta a la última pregunta (¿se verá afectado por las actuales circunstancias sanitarias y políticas?) sí, es posible que haya retrocesos y que los cambios políticos o las condiciones sanitarias afecten a lo que hemos conseguido. Pero lo que la historia ha demostrado es que la igualdad siempre consigue recobrar sus fuerzas, y las agentes de igualdad seguiremos trabajando para mantener este avance.

Ana López Ramos